Por Víctor Bronstein.
Hoy más que nunca es necesario diseñar una política energética nacional más allá de los lobbies petroleros, renovables, financieros, agrícolas y ambientalistas
En los últimos tiempos se ha abierto un debate sobre los llamados biocombustibles motorizado por las distintas cámaras que nuclean a las empresas del sector. Algunas se conforman con la prórroga de la ley actual de promoción de los biocombustibles que vence en mayo de 2021, otras reclaman otra ley que implique una mayor participación del etanol y el biodiesel en el corte con las naftas y gasoil. Sin entrar en detalles sobre los distintos reclamos, las preguntas que debemos hacernos es: ¿hacen falta los biocombustibles?, ¿aportan alguna solución a los problemas energéticos del país?, ¿cuál es el sentido de que toda la población subsidie en alguna medida a sectores privados garantizándole rentabilidad y mercado?
Responder todas estas cuestiones nos lleva a debates muy interesantes, pero que deberían partir de alguna metodología para entender la problemática en toda su complejidad y aportar al diseño de una política energética nacional. Para esto proponemos cinco dimensiones de análisis:
– Económica
– Social
– Ambiental
– Científico/Técnico
– Política
Estas dimensiones nos permiten construir una metodología general para la evaluación de los distintos proyectos energéticos. Los biocombustibles constituyen un buen ejemplo para utilizar esta metodología, aunque sea de manera muy sintética:
Dimensión económica. La calidad energética de los biocombustibles es menor y más costosa, esto implica otorgar subsidios o beneficios fiscales (devolución anticipada de IVA, amortización acelerada de ganancias, exención de impuestos, incentivos provinciales, etc.), además de rentabilidad garantizada y participación de mercado asegurada por la obligación de los cortes. Es cierto que la actividad favoreció desarrollos locales y que el etanol de caña de azúcar es importante para las provincias del NOA y se justifica en los volúmenes actuales de producción. Pero la realidad es que utilizando unidades energéticas, la nafta súper tiene un costo de 9,8 USD/MMBTU y el etanol 20,3. El gasoil 11,8 y el biodiesel 16,8. El gran desarrollo del biodiesel se basó en las menores alícuotas de exportación que tuvo un altísimo costo fiscal para el país.
Dimensión social. Los biocombustibles, en realidad agrocombustibles, tienden a generar un aumento global en los precios de los alimentos con el impacto social que esto tiene sobre los sectores más vulnerables. Esto se debe a que compiten los cultivos alimentarios con los energéticos. En EEUU, por ejemplo, el 40% del maíz se utiliza para producir etanol. ¿Cuál sería el precio mundial del maíz si esa producción se volcara al mercado alimentario? Este problema lo planteó la FAO ya en 2008 advirtiendo sobre las consecuencias negativas sociales y ambientales de los biocombustibles. En los últimos informes sigue manteniendo esta advertencia.
Dimensión ambiental. Si bien se habla de los biocombustibles como una opción verde y renovable al petróleo esto no es tan claro. El sol es renovable, pero el agua y el suelo no. La producción de biocombustibles genera también importantes impactos ambientales, fomentando el monocultivo, contaminando gran cantidad de agua, emitiendo óxidos nitrosos a la atmósfera. Además, el balance respecto a las emisiones de CO2 no es tan favorable como se afirma usualmente, dependiendo del tipo de cultivo. Europa, por ejemplo, prohibirá en 2030 el biodiesel de aceite de palma, ya que su producción ha provocado grandes deforestaciones en Indonesia lo que ha aumentado las emisiones de CO2 a niveles mayores que la utilización de combustibles fósiles.
Dimensión científico-técnica. Esta es una dimensión muy importante que pocas veces se tiene en cuenta pero que hace a la factibilidad de las distintas fuentes alternativas y a la solidez de una política energética. En EEUU se han realizado distintos estudios para analizar la conveniencia o no de los biocombustibles. Por un lado, cada litro de bioetanol tiene sólo el 65% de la energía contenida en un litro de nafta. Otro problema es la baja tasa de retorno energético. Distintas investigaciones nos muestran que en el mejor de los casos, la relación entre la energía contenida en el etanol y la energía utilizada en la producción y fermentación del maíz es de solo 1,56. Un valor muy bajo comparado con el petróleo donde la relación es de 30 a 1. Por eso es tan difícil reemplazar a los combustibles fósiles. No es casualidad, tiene su explicación técnica y económica. Son recursos relativamente baratos porque son biocombustibles concentrados por la naturaleza en millones de años.
Dimensión política. En 2006, cuando toma gran impulso esta alternativa energética, EEUU importaba el 60% del petróleo que consumía y el presidente Bush apostó a los biocombustibles como solución, impulsando su desarrollo en América Latina. Europa estaba en una situación similar ante la declinación de la producción del Mar del Norte. El 80% de las reservas están en países “poco seguros” para los países OCDE. La dependencia del petróleo les genera debilidad política y es la razón geopolítica fundamental que explica la búsqueda de alternativas a los combustibles fósiles y la promoción de los biocombustibles.
En conclusión, es muy discutible la necesidad de seguir promocionando los biocombustibles indefinidamente. Hoy más que nunca es necesario diseñar una política energética nacional más allá de los lobbies petroleros, renovables, financieros, agrícolas y ambientalistas que tratan de establecer una agenda energética en función de sus intereses que, si bien pueden ser legítimos, son siempre sectoriales. Hoy Argentina necesita la energía más barata posible para recuperarse y crecer. Esa energía está en Vaca Muerta.
Original: https://www.infobae.com/opinion/2020/12/11/los-biocombustibles-en-debate-bases-para-una-politica-energetica/